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En la literatura ajedrecística se debate con frecuencia la siguiente cuestión: ¿Cuál es la edad óptima para empezar a enseñar al niño el ajedrez? La respuesta depende, en parte, de si vemos en esta enseñanza el prólogo de una carrera ajedrecística o bien, al considerar al ajedrez como un elemento importante de la cultura humana, queremos darle al niño una educación armoniosa y polifacética.

¿Existe en la naturaleza genio ajedrecístico específico y genético? Lo más probable es que la respuesta a esta pregunta sea más negativa que positiva. Otra cosa es que siendo el ajedrez un juego muy humano, posibilita que se manifiesten los intelectos muy diversos. Resulta que en nuestro juego importan cálculo preciso, intuición, y capacidad de hacer generalizaciones filosóficas. A veces uno queda asombrado al ver que, una vez terminada la partida, los ajedrecistas intercambian opiniones acerca de lo acontecido. El abanico de entendimiento abarca un pleno consenso y enfoques diametralmente opuestos. Lo que uno consideraba lo más importante en su posición, el otro ni siquiera lo tenía en cuenta guiándose por criterios muy abstractos. Sin embargo, en cierto sentido, desde el punto de vista buscar una óptima solución, los dos tienen razón, y ningún jurado es capaz de clasificar las prioridades de diferentes enfoques.

El ajedrez es perfectamente abarcable por la intuición humana, que a la vez la desarrolla y la entrena. Puede considerarse como un lenguaje intelectual bastante universal que permite a nivel de imágenes percibir y absorber los lazos invisibles entre los objetos, ordenar y sistematizar la información, lo que ayuda en diversas materias. Así, en Rusia, los niños que practican ajedrez estudian bien en la escuela, mientras que los ajedrecistas profesionales, que en determinadas circunstancias de la vida deciden ser matemático‑programadores, se recalifican generalmente bastante rápido y con relativa facilidad.

¿Cómo se produce el conocimiento de este juego y cómo es la etapa inicial de formación del ajedrecista? Los testimonios acerca de los primeros pasos dados por Capablanca y Kaspárov, dos de los ajedrecistas que más asombraron con sus dotes desde pequeños, dicen que los dos campeones aprendieron solos, sin la ayuda de nadie, los movimientos de las piezas, después de largas contemplaciones de los juegos de mayores. Este proceso se asemeja a la adquisición por los niños del hábito de hablar: en ambos casos, el niño satisface su enorme necesidad biológica de conocer el entorno.

Pero en general, en el desarrollo de los ajedrecistas, la asimilación por ellos de principios estratégicos, se produce de modo muy diferente. Hay bastantes casos de niños de 6 ó 7 años que, al conocer por sí solos las notaciones del ajedrez, empezaba a jugar mecánicamente las partidas escritas. De mantenerse el mecanismo de motivación para seguir jugando durante un tiempo bastante largo (de uno a varios meses), los resultados conseguidos serán impresionantes. El niño movía correctamente las piezas desde la posición inicial, cuidaba por la elasticidad de las cadenas de peones, y sobre todo de la lucha por el centro, un componente importante de la estrategia. No obstante, la capacidad de calcular variantes viene ya con la edad y el desarrollo general. Para conducir un buen juego de cálculo se requiere una máxima concentración durante largo tiempo. En la infancia, esta capacidad se revela en casos excepcionales, aunque tampoco garantiza al niño un brillante futuro ajedrecístico.

A pesar de esa salvedad, es recomendable estimular el aprendizaje autodidáctico del ajedrez a cualquier edad. Favoreciendo el progreso meramente ajedrecístico, éste desarrolla también los hábitos de procesar la información de todo tipo, así como acelera el desarrollo general.

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